LITERATURA FRENTE AL TERROR
EN UN NUEVO ANIVERSARIO DEL ATENTADO A LAS TORRES GEMELAS
Mario Benedetti: “Picazones y rascacielos”
Según parece, los cielos sufren a menudo de picazones. Bueno, para eso están los rascacielos. A ciertos cielos tenebrosos, como el de Nueva York, los rasca el Empire State Building, que ha suplido en esas funciones a las desdichadas Torres Gemelas. Por su parte, al humilde cielito de Montevideo, que también sufre de picazones, lo rasca el Palacio Salvo.
Los rascacielos no desaparecen con antialérgicos; sólo son sensibles a los terremotos.
A veces, cuando los rascacielos exageran su trabajo contra el firmamento, entonces llueve, los grandes edificios chorrean y la pobreza abre su paraguas.
Sé de una muchacha que es un cielo y al parecer le pica el alma. Quiero ser rascacielo.
Fuente: Mario Benedetti
“Picazones y rascacielos”
Según parece, los cielos sufren a menudo de picazones. Bueno, para eso están los rascacielos. A ciertos cielos tenebrosos, como el de Nueva York, los rasca el Empire State Building, que ha suplido en esas funciones a las desdichadas Torres Gemelas. Por su parte, al humilde cielito de Montevideo, que también sufre de picazones, lo rasca el Palacio Salvo.
Los rascacielos no desaparecen con antialérgicos; sólo son sensibles a los terremotos.
A veces, cuando los rascacielos exageran su trabajo contra el firmamento, entonces llueve, los grandes edificios chorrean y la pobreza abre su paraguas.
Sé de una muchacha que es un cielo y al parecer le pica el alma. Quiero ser rascacielo.
Fuente: Mario Benedetti
“Picazones y rascacielos”
La náusea
Eduardo Galeano *Las bombas inteligentes, que tan burras parecen, son las que más saben. Ellas han revelado la verdad de la invasión. Mientras Rumsfeld decía: “Estos son bombardeos humanitarios”, las bombas destripaban niños y arrasaban mercados callejeros.
El país que más armas y más mentiras fabrica en el mundo desprecia el dolor de los demás. “Nosotros no contamos a los muertos”, contestó el general Franks, cuando alguien le preguntó sobre los daños colaterales, como se llaman los civiles que vuelan en pedazos sin comerla ni beberla.
Babilonia, la ramera del Antiguo Testamento, merece este castigo. Por sus muchos pecados y por su mucho petróleo.
Los invasores buscan las armas de destrucción masiva que ellos habían vendido, cuando el enemigo era amigo, al dictador de Irak, y que han sido el principal pretexto de la invasión. Hasta ahora, que se sepa, no han encontrado más que armas de museo, en muy desigual combate.
Pero, ¿son armas de construcción masiva los misiles gigantes que ellos disparan? Los invasores tienen a la vista las armas tóxicas y las armas prohibidas: las están usando. El uranio empobrecido envenena la tierra y el aire y los racimos de acero de las bombas de fragmentación matan o mutilan en un área que va mucho más allá de sus blancos.
En 1983, cuando los marines se apoderaron de la isla de Granada, la asamblea de las Naciones Unidas condenó, por abrumadora mayoría, la invasión. El presidente Reagan, respetuoso, comentó: “Esto no ha perturbado para nada mi desayuno”.
Seis años después, fue el turno de Panamá. Los libertadores bombardearon los barrios más pobres, fulminaron a miles de civiles, reducidos a 560 en la cifra oficial, y eligieron al nuevo presidente del país en la base militar de Fort Clayton. El Consejo de Seguridad, casi por unanimidad, se pronunció en contra. Los Estados Unidos vetaron la resolución, y se pusieron a trabajar en sus invasiones siguientes.
Las Naciones Unidas aplaudieron esas invasiones siguientes, o silbaron y miraron para otro lado. Y fueron las Naciones Unidas las que decretaron el embargo internacional contra Irak, que asesinó mucha más gente que la guerra de Bush Padre: más de medio millón de niños muertos, a confesión de parte, por falta de medicinas y de alimentos.
Pero ahora, oh sorpresa, las Naciones Unidas se han negado a acompañar la nueva carnicería de Bush Hijo. Para evitar que en las próximas guerras se repita este episodio de mala conducta, me temo, no habrá más remedio que contar los votos del Consejo de Seguridad en el estado de Florida.
No habían aparecido los primeros misiles en los cielos de Irak, cuando ya se había cocinado el gobierno de ocupación, democrático gobierno íntegramente formado por militares de Estados Unidos, y ya se estaba haciendo el reparto de los despojos del vencido. Todavía se sigue disputando el botín, que no es moco de pavo: los fabulosos yacimientos de oro negro, el gran negocio de la reconstrucción de lo que la invasión destruye...
Las empresas agraciadas celebran sus conquistas en las pizarras de la Bolsa de Nueva York. Allí está el mejor noticiero de la guerra. Los índices bailan al son de la carnicería humana.
En 1935, el general Smedley Butler había resumido así sus tres décadas de trabajo como oficial de marines: “Yo fui un pistolero del capitalismo”. Y había dicho que él podía dar algunos consejos a Al Capone, porque los marines operaban en tres continentes y Capone actuaba nada más que en tres distritos de una sola ciudad.
Y a mí qué tajada me va a tocar, se preguntan algunos miembros de la coalición. Pero, ¿qué coalición? Los cómplices de esta misión libertadora, que son cuarenta, como en el cuento de Alí Babá, integran un coro donde abundan los violadores de los derechos humanos y las dictaduras lisas y llanas. ¿Y desde dónde se ha lanzado la cruzada? ¿Dónde están ubicadas lasbases militares de Estados Unidos? Basta con echar una ojeada al mapa: esas monarquías petroleras, inventadas por las potencias coloniales, se parecen tanto a la democracia como Bush se parece a Gandhi.
Es una alianza de dos. Uno que crece, el imperio de hoy, y otro que encoge, el imperio de ayer. Los demás sirven el café y esperan la propina.
Esta alianza de dos por la libertad del petróleo, que Irak nacionalizó, no tiene nada de nuevo.
En 1953, cuando Irán anunció la nacionalización del petróleo, Washington y Londres respondieron organizando, juntos, un golpe de Estado. El mundo libre amenazado hizo correr la sangre y el sha Pahlevi, estrella de las revistas del corazón, se convirtió en el carcelero de Irán durante un cuarto de siglo.
En 1965, cuando Indonesia anunció la nacionalización del petróleo, Washington y Londres también respondieron organizando, juntos, un golpe de Estado. El mundo libre amenazado instaló la dictadura del general Suharto sobre una montaña de muertos. Medio millón, según los cálculos que más cortos se quedan. De cada árbol colgaba un ahorcado. Todos comunistas, aclaraba Suharto.
El siguió matando. Le quedó el tic. En 1975, pocas horas después de una visita del presidente Gerald Ford, invadió Timor Oriental y asesinó a la tercera parte de la población. En 1991 mató, allí, a unos cuantos miles más. Diez resoluciones de las Naciones Unidas obligaban a Suharto a retirarse de Timor Oriental “sin demora”. El, siempre sordo. A nadie se le ocurrió bombardearlo por eso, ni las Naciones Unidas le decretaron ningún embargo universal.
En 1994, John Pilger visitó Timor Oriental. Mirara donde mirara, campos, montañas, caminos, veía cruces. La isla, toda llena de cruces, era un gran cementerio. De esas matanzas, nadie se había enterado.
El año pasado, Ana Luisa Valdés estuvo en Yenín, uno de los campos de refugiados palestinos bombardeados por Israel. Ella vio un inmenso agujero, lleno de muertos bajo los escombros. El agujero de Yenín tenía el mismo tamaño que el de las Torres Gemelas de Nueva York. Pero, ¿cuántos lo veían, además de los sobrevivientes que revolvían los escombros buscando a los suyos?
Las tragedias conmueven al mundo en proporción directa a la publicidad que tienen.
Hay periodistas honestos, que cuentan la guerra de Irak tal como la ven. Algunos, lo han pagado con la vida. Pero hay periodistas disfrazados de soldados, que más bien parecen soldados disfrazados de periodistas, que ofrecen versiones adaptadas al paladar de las grandes cadenas de la desinformación globalizada.
¿Matanzas en los mercados llenos de gente? Fueron bombas iraquíes. ¿Civiles muertos? Escudos humanos que usa el dictador. ¿Ciudades sitiadas, sin agua ni comida? La invasión es una misión humanitaria. ¿Resistieron algunas ciudades mucho más de lo previsto? En la tele, se han rendido todos los días.
Los invasores son héroes. Los invadidos que les hacen frente son instrumentos de la tiranía: los acusan de defenderse.
La mayoría de los estadounidenses está convencida de que Saddam Hussein derribó las torres de Nueva York. También cree, esa mayoría, que su presidente hace lo que hace por el bien de la humanidad y por inspiración divina. Los medios masivos venden certezas, y las certezas no necesitan pruebas. Pero el mundo está harto de que una vez más lo obliguen a tragarse, cada día, los sapos de ese menú.
El país dedicado a bombardear a los demás países, que desde hace añares viene infligiendo al planeta una incontable cantidad de once de setiembres, ha proclamado la tercera guerra mundial infinita.
El presidente, que no fue a Vietnam gracias a papá y que sólo conoce las guerras de Hollywood, manda matar y manda morir.
No en nuestro nombre, claman los familiares de las víctimas de las torres.
No en nuestro nombre, clama la humanidad.
No en mi nombre, clama Dios.
*Tomado de: Página/12, Buenos Aires, jueves 10 de abril de 2003.
CARTA A BUSH DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Artículo de Gabriel García Márquez sobre el 11 de septiembre:
¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente ver que el horror estalla en tu patio y no en el living
del vecino? ¿Cómo se siente el miedo apretando tu pecho, el pánico que provocan el ruido
ensordecedor, las llamas sin control, los edificios que se derrumban, ese terrible olor que se
mete hasta el fondo en los pulmones, los ojos de los inocentes que caminan cubiertos de
sangre y polvo?
¿Cómo se vive por un día en tu propia casa la incertidumbre de lo que va a pasar?
¿Cómo se sale del estado de shock? En estado de shock caminaban el 6 de agosto de 1945
los sobrevivientes de Hiroshima. Nada quedaba en pie en la ciudad luego que el artillero
norteamericano del Enola Gay dejara caer la bomba. En pocos segundos habían muerto
80.000 hombres, mujeres y niños. Otros 250.000 morirían en los años siguientes a causa de
las radiaciones. Pero ésa era una guerra lejana y ni siquiera existía la televisión.
¿Cómo se siente hoy el horror cuando las terribles imágenes de la televisión te dicen
que lo ocurrido el fatídico 11 de septiembre no pasó en una tierra lejana sino en tu propia
patria? Otro 11 de septiembre, pero de 28 años atrás, había muerto un presidente de nombre
Salvador Allende resistiendo un golpe de Estado que tus gobernantes habían planeado.
También fueron tiempos de horror, pero eso pasaba muy lejos de tu frontera, en una ignota
republiqueta sudamericana. Las republiquetas estaban en tu patio trasero y nunca te
preocupaste mucho cuando tus marines salían a sangre y fuego a imponer sus puntos de vista.
¿Sabías que entre 1824 y 1994 tu país llevó a cabo 73 invasiones a países de América
Latina? Las víctimas fueron Puerto Rico, México, Nicaragua, Panamá, Haití, Colombia, Cuba,
Honduras, República Dominicana, Islas Vírgenes, El Salvador, Guatemala y Granada.
Hace casi un siglo que tus gobernantes están en guerra. Desde el comienzo del siglo
XX, casi no hubo una guerra en el mundo en que la gente de tu Pentágono no hubiera
participado. Claro, las bombas siempre explotaron fuera de tu territorio, con excepción de Pearl
Harbor cuando la aviación japonesa bombardeó la Séptima Flota en 1941. Pero siempre el
horror estuvo lejos.
Cuando las Torres Gemelas se vinieron abajo en medio del polvo, cuando viste las
imágenes por televisión o escuchaste los gritos porque estabas esa mañana en Manhattan,
¿pensaste por un segundo en lo que sintieron los campesinos de Vietnam durante muchos
años? En Manhattan, la gente caía desde las alturas de los rascacielos como trágicas
marionetas. En Vietnam, la gente daba alaridos porque el napalm seguía quemando la carne
por mucho tiempo y la muerte era espantosa, tanto como las de quienes caían en un salto
desesperado al vacío.
Tu aviación no dejó una fábrica en pie ni un puente sin destruir en Yugoslavia. En Irak
fueron 500.000 los muertos. Medio millón de almas se llevó la Operación Tormenta del
Desierto...¿Cuánta gente desangrada en lugares tan exóticos y lejanos como Vietnam, Irak,
Irán, Afganistán, Libia, Angola, Somalia, Congo, Nicaragua, Dominicana, Camboya,
Yugoslavia, Sudán, y una lista interminable? En todos esos lugares los proyectiles habían sido
fabricados en factorías de tu país, y eran apuntados por tus muchachos, por gente pagada por
tu Departamento de Estado, y sólo para que tu pudieras seguir gozando de la forma de vida
americana.
Hace casi un siglo que tu país está en guerra con todo el mundo. Curiosamente, tus
gobernantes lanzan los jinetes del Apocalipsis en nombre de la libertad y de la democracia.
Pero debes saber que para muchos pueblos del mundo (en este planeta donde cada día
mueren 24.000 pobladores por hambre o enfermedades curables), Estados Unidos no
representa la libertad, sino un enemigo lejano y terrible que sólo siembra guerra, hambre,
miedo y destrucción. Siempre han sido conflictos bélicos lejanos para ti, pero para quienes
viven allá es una dolorosa realidad cercana, una guerra donde los edificios se desploman bajo
las bombas y donde esa gente encuentra una muerte horrible. Y las víctimas han sido, en el 90
por ciento, civiles, mujeres, ancianos, niños... efectos colaterales.
¿Qué se siente cuando el horror golpea a tu puerta aunque sea por un sólo día? ¿Qué
se piensa cuando las víctimas en Nueva York son secretarias, operadores de bolsa o
empleados de limpieza que pagaban puntualmente sus impuestos y nunca mataron una
mosca?
¿Cómo se siente el miedo? ¿Cómo se siente, yanqui, saber que la larga guerra
finalmente el 11 de septiembre llegó a tu casa?
Gabriel García Márquez
Artículo de Gabriel García Márquez sobre el 11 de septiembre:
¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente ver que el horror estalla en tu patio y no en el living
del vecino? ¿Cómo se siente el miedo apretando tu pecho, el pánico que provocan el ruido
ensordecedor, las llamas sin control, los edificios que se derrumban, ese terrible olor que se
mete hasta el fondo en los pulmones, los ojos de los inocentes que caminan cubiertos de
sangre y polvo?
¿Cómo se vive por un día en tu propia casa la incertidumbre de lo que va a pasar?
¿Cómo se sale del estado de shock? En estado de shock caminaban el 6 de agosto de 1945
los sobrevivientes de Hiroshima. Nada quedaba en pie en la ciudad luego que el artillero
norteamericano del Enola Gay dejara caer la bomba. En pocos segundos habían muerto
80.000 hombres, mujeres y niños. Otros 250.000 morirían en los años siguientes a causa de
las radiaciones. Pero ésa era una guerra lejana y ni siquiera existía la televisión.
¿Cómo se siente hoy el horror cuando las terribles imágenes de la televisión te dicen
que lo ocurrido el fatídico 11 de septiembre no pasó en una tierra lejana sino en tu propia
patria? Otro 11 de septiembre, pero de 28 años atrás, había muerto un presidente de nombre
Salvador Allende resistiendo un golpe de Estado que tus gobernantes habían planeado.
También fueron tiempos de horror, pero eso pasaba muy lejos de tu frontera, en una ignota
republiqueta sudamericana. Las republiquetas estaban en tu patio trasero y nunca te
preocupaste mucho cuando tus marines salían a sangre y fuego a imponer sus puntos de vista.
¿Sabías que entre 1824 y 1994 tu país llevó a cabo 73 invasiones a países de América
Latina? Las víctimas fueron Puerto Rico, México, Nicaragua, Panamá, Haití, Colombia, Cuba,
Honduras, República Dominicana, Islas Vírgenes, El Salvador, Guatemala y Granada.
Hace casi un siglo que tus gobernantes están en guerra. Desde el comienzo del siglo
XX, casi no hubo una guerra en el mundo en que la gente de tu Pentágono no hubiera
participado. Claro, las bombas siempre explotaron fuera de tu territorio, con excepción de Pearl
Harbor cuando la aviación japonesa bombardeó la Séptima Flota en 1941. Pero siempre el
horror estuvo lejos.
Cuando las Torres Gemelas se vinieron abajo en medio del polvo, cuando viste las
imágenes por televisión o escuchaste los gritos porque estabas esa mañana en Manhattan,
¿pensaste por un segundo en lo que sintieron los campesinos de Vietnam durante muchos
años? En Manhattan, la gente caía desde las alturas de los rascacielos como trágicas
marionetas. En Vietnam, la gente daba alaridos porque el napalm seguía quemando la carne
por mucho tiempo y la muerte era espantosa, tanto como las de quienes caían en un salto
desesperado al vacío.
Tu aviación no dejó una fábrica en pie ni un puente sin destruir en Yugoslavia. En Irak
fueron 500.000 los muertos. Medio millón de almas se llevó la Operación Tormenta del
Desierto...¿Cuánta gente desangrada en lugares tan exóticos y lejanos como Vietnam, Irak,
Irán, Afganistán, Libia, Angola, Somalia, Congo, Nicaragua, Dominicana, Camboya,
Yugoslavia, Sudán, y una lista interminable? En todos esos lugares los proyectiles habían sido
fabricados en factorías de tu país, y eran apuntados por tus muchachos, por gente pagada por
tu Departamento de Estado, y sólo para que tu pudieras seguir gozando de la forma de vida
americana.
Hace casi un siglo que tu país está en guerra con todo el mundo. Curiosamente, tus
gobernantes lanzan los jinetes del Apocalipsis en nombre de la libertad y de la democracia.
Pero debes saber que para muchos pueblos del mundo (en este planeta donde cada día
mueren 24.000 pobladores por hambre o enfermedades curables), Estados Unidos no
representa la libertad, sino un enemigo lejano y terrible que sólo siembra guerra, hambre,
miedo y destrucción. Siempre han sido conflictos bélicos lejanos para ti, pero para quienes
viven allá es una dolorosa realidad cercana, una guerra donde los edificios se desploman bajo
las bombas y donde esa gente encuentra una muerte horrible. Y las víctimas han sido, en el 90
por ciento, civiles, mujeres, ancianos, niños... efectos colaterales.
¿Qué se siente cuando el horror golpea a tu puerta aunque sea por un sólo día? ¿Qué
se piensa cuando las víctimas en Nueva York son secretarias, operadores de bolsa o
empleados de limpieza que pagaban puntualmente sus impuestos y nunca mataron una
mosca?
¿Cómo se siente el miedo? ¿Cómo se siente, yanqui, saber que la larga guerra
finalmente el 11 de septiembre llegó a tu casa?
Gabriel García Márquez
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