BLOG POR EL BICENTENARIO
POR NUESTRA INDEPENDENCIA
POR NUESTRA INDEPENDENCIA
RICARDO ALFONSIN
Reencontrar el sendero histórico
Por Ricardo Alfonsín. 10.07.10
fuente:www.infop.com.ar
Desde una perspectiva, si se quiere básica, los sucesos de mayo de 1810 pueden verse sólo como el comienzo de la lucha independentista de los argentinos, que tendrá su exteriorización manifiesta en julio de 1816. Pero esa descripción de la gesta -acotada exclusivamente a los anhelos porteños de sacudir sus vínculos con el reino español-se enriquece si transitamos una apropiada lectura de la historia. Esa historia nos muestra, en realidad, la impronta revolucionaria de los hacedores de la patria nueva, impronta revolucionaria primariamente afincada en la búsqueda de la consecución de dos valores esenciales, los mismos que constituyen aún hoy nuestra principal aspiración: la libertad y la igualdad. Es en procura de la libertad y de la igualdad que los argentinos, desde aquellos primeros próceres de mayo, hemos dado una lucha inacabada a lo largo de los doscientos años que cumple hoy la patria
Inacabada, porque debemos admitir que se trata de un combate en el que no nos ha ido bien. Y no nos ha ido bien, porque pocas veces hemos podido ver que ambas cualidades confluyeran a un tiempo. O al menos se aproximaran entre sí. Para peor, hoy se advierte cómo nuestra inmensa deuda social se ensancha día a día, sin que hayamos sido capaces de encontrar el camino apropiado que conduzca a la edificación de una Nación en la cual los beneficios y costes del desarrollo alcancen -y sean soportados-por igual por todos los estamentos de nuestra población.
Es preciso señalar, y notable el hecho de advertirlo, la preocupación fundamental de nuestros próceres por arribar a la igualdad, concepto que -una vez alcanzado- transforma a la república, en república democrática. Una adecuada lectura de la historia enseña que la igualdad que pretendió la Primera Junta no fue sólo para unos pocos, no tuvo un anclaje limitado sólo para los criollos, sino que se propuso extenderla a los pueblos originarios, cuyos reclamos en ese sentido aún no has sido totalmente satisfechos. Claro está que el ideario de libertad, acompañando a la igualdad, también estuvo presente en la gesta revolucionaria, incluso mucho antes de mayo, en especial a partir de los episodios bélicos de la defensa y reconquista de Buenos Aires que emprendieron los porteños frente al invasor imperial inglés.
Como con agudeza recuerda Daniel Larriqueta, la fuerza popular y política derivada de esos acontecimientos llenó toda la vida colonial en esos cuatro años, hasta mayo de 1810. Agregando después, con su pluma impecable: “Y de lo que se habla en ese mundo político que no existía hasta poco antes es de libertad. ¿Qué era esa libertad? La ruptura de las estructuras sociales, económicas y políticas que venían de los 300 años de imperio. Ruptura que habían predicado muchos, como Moreno, que hace su tesis universitaria en Charcas contra la injusticia del trato a los indios, en 1802; Belgrano, que brega por todas las formas posibles de igualdad, promoción de la mujer, fundación de institutos de enseñanza y progreso económico en sus 16 años como secretario del Consulado, y Cornelio Saavedra -tan tildado de conservador-, que, en 1803, como síndico del Cabildo, produce un enérgico alegato en favor de la libertad de trabajo contra los monopolios de los gremios. Esos son los hombres de la Junta que emprenderá todas las reformas”.
Dos siglos después nos queda por enfrentar una ardua tarea que debimos haber cumplido antes, si hubiésemos tomado sin reservas el legado de Mayo que mandaba a las generaciones venideras construyeran la patria argentina como un país venturoso, libre, igualitario y justo. Tal vez, con palabras de Carlos Pérez Llana, nuestra falta de éxito haya derivado de haber efectuado una “mala lectura” de lo que acontecía en el mundo, en las oportunidades que nos ofreció la historia. Leímos mal en 1889 cuando no supimos edificar como fuerza emergente sudamericana, con Brasil y Chile, por caso, un camino de desarrollo autónomo, que fuese alternativo al del mercado exclusivo de materias primas que ofrecíamos a Gran Bretaña. Leímos mal en 1910, todavía subyugados por nuestra mala lectura del fin del siglo XIX. Y seguimos leyendo mal después, apenas con algunas excepciones que terminaron siendo efímeras. No supimos, en fin, aprovechar el inmenso patrimonio de nuestras riquezas naturales, ni nuestra formidable educación pública, para ingresar de manera definitiva al concierto global de las naciones.
Ese es nuestro desafío, transcurrida la primera década del siglo XXI. No valen los lamentos por tantas oportunidades desaprovechadas, sino construir un nuevo escenario que encaje con la pujanza que tuvieron aquellos patriotas que antepusieron el destino de la patria a sus venturas personales. Aquellos que sacrificaron sus vidas y las de sus familias, aquellos que murieron jóvenes o pobres. Debemos decirnos a nosotros mismos que siempre existe una forma de volver a empezar. Con humildad, sin arrogancia, unidos. Tal vez de una vez por todas reencontremos el sendero que nos conduzca a convertirnos -como quiere la canción patria- en una nueva y gloriosa nación.
Por Ricardo Alfonsín. 10.07.10
fuente:www.infop.com.ar
Desde una perspectiva, si se quiere básica, los sucesos de mayo de 1810 pueden verse sólo como el comienzo de la lucha independentista de los argentinos, que tendrá su exteriorización manifiesta en julio de 1816. Pero esa descripción de la gesta -acotada exclusivamente a los anhelos porteños de sacudir sus vínculos con el reino español-se enriquece si transitamos una apropiada lectura de la historia. Esa historia nos muestra, en realidad, la impronta revolucionaria de los hacedores de la patria nueva, impronta revolucionaria primariamente afincada en la búsqueda de la consecución de dos valores esenciales, los mismos que constituyen aún hoy nuestra principal aspiración: la libertad y la igualdad. Es en procura de la libertad y de la igualdad que los argentinos, desde aquellos primeros próceres de mayo, hemos dado una lucha inacabada a lo largo de los doscientos años que cumple hoy la patria
Inacabada, porque debemos admitir que se trata de un combate en el que no nos ha ido bien. Y no nos ha ido bien, porque pocas veces hemos podido ver que ambas cualidades confluyeran a un tiempo. O al menos se aproximaran entre sí. Para peor, hoy se advierte cómo nuestra inmensa deuda social se ensancha día a día, sin que hayamos sido capaces de encontrar el camino apropiado que conduzca a la edificación de una Nación en la cual los beneficios y costes del desarrollo alcancen -y sean soportados-por igual por todos los estamentos de nuestra población.
Es preciso señalar, y notable el hecho de advertirlo, la preocupación fundamental de nuestros próceres por arribar a la igualdad, concepto que -una vez alcanzado- transforma a la república, en república democrática. Una adecuada lectura de la historia enseña que la igualdad que pretendió la Primera Junta no fue sólo para unos pocos, no tuvo un anclaje limitado sólo para los criollos, sino que se propuso extenderla a los pueblos originarios, cuyos reclamos en ese sentido aún no has sido totalmente satisfechos. Claro está que el ideario de libertad, acompañando a la igualdad, también estuvo presente en la gesta revolucionaria, incluso mucho antes de mayo, en especial a partir de los episodios bélicos de la defensa y reconquista de Buenos Aires que emprendieron los porteños frente al invasor imperial inglés.
Como con agudeza recuerda Daniel Larriqueta, la fuerza popular y política derivada de esos acontecimientos llenó toda la vida colonial en esos cuatro años, hasta mayo de 1810. Agregando después, con su pluma impecable: “Y de lo que se habla en ese mundo político que no existía hasta poco antes es de libertad. ¿Qué era esa libertad? La ruptura de las estructuras sociales, económicas y políticas que venían de los 300 años de imperio. Ruptura que habían predicado muchos, como Moreno, que hace su tesis universitaria en Charcas contra la injusticia del trato a los indios, en 1802; Belgrano, que brega por todas las formas posibles de igualdad, promoción de la mujer, fundación de institutos de enseñanza y progreso económico en sus 16 años como secretario del Consulado, y Cornelio Saavedra -tan tildado de conservador-, que, en 1803, como síndico del Cabildo, produce un enérgico alegato en favor de la libertad de trabajo contra los monopolios de los gremios. Esos son los hombres de la Junta que emprenderá todas las reformas”.
Dos siglos después nos queda por enfrentar una ardua tarea que debimos haber cumplido antes, si hubiésemos tomado sin reservas el legado de Mayo que mandaba a las generaciones venideras construyeran la patria argentina como un país venturoso, libre, igualitario y justo. Tal vez, con palabras de Carlos Pérez Llana, nuestra falta de éxito haya derivado de haber efectuado una “mala lectura” de lo que acontecía en el mundo, en las oportunidades que nos ofreció la historia. Leímos mal en 1889 cuando no supimos edificar como fuerza emergente sudamericana, con Brasil y Chile, por caso, un camino de desarrollo autónomo, que fuese alternativo al del mercado exclusivo de materias primas que ofrecíamos a Gran Bretaña. Leímos mal en 1910, todavía subyugados por nuestra mala lectura del fin del siglo XIX. Y seguimos leyendo mal después, apenas con algunas excepciones que terminaron siendo efímeras. No supimos, en fin, aprovechar el inmenso patrimonio de nuestras riquezas naturales, ni nuestra formidable educación pública, para ingresar de manera definitiva al concierto global de las naciones.
Ese es nuestro desafío, transcurrida la primera década del siglo XXI. No valen los lamentos por tantas oportunidades desaprovechadas, sino construir un nuevo escenario que encaje con la pujanza que tuvieron aquellos patriotas que antepusieron el destino de la patria a sus venturas personales. Aquellos que sacrificaron sus vidas y las de sus familias, aquellos que murieron jóvenes o pobres. Debemos decirnos a nosotros mismos que siempre existe una forma de volver a empezar. Con humildad, sin arrogancia, unidos. Tal vez de una vez por todas reencontremos el sendero que nos conduzca a convertirnos -como quiere la canción patria- en una nueva y gloriosa nación.
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