...POR EL PUEBLO
LA DERECHA QUE SE VAYA
Karakachoff y el Golpe del '66
Nota de Facebook de Marcelo Watrakiewicz
LA DERECHA QUE SE VAYA
Karakachoff y el Golpe del '66
Nota de Facebook de Marcelo Watrakiewicz
Sergio no tuvo un cumpleaños feliz. Ese 27 de junio cumplía veintisiete, y a la tarde le llegaron las primeras noticias del golpe contra don Arturo. Hacía diez meses que se había estrenado como jefe de redacción de El Sureño y los teletipos de las agencias no dejaban lugar para la duda. El golpe estaba cantando.
Esa noche, Sergio fue el último en irse del diario. Agarró el sobretodo y la bufanda y se los cargó al hombro. El portero de noche estaba medio dormido:- Abríguese doctor, que esta noche hiela. Bueno, hasta mañana.- ¿Hasta mañana? Esteban, ¿quién le dijo que llegamos a mañana? Sergio Karakachoff se fue caminando por el centro de Bahía Blanca, frío y neblinoso.
Cuando llegó, esa ciudad había sido un sueño; ahora le parecía un espanto. Enel último mes había denunciado las maniobras golpistas y le habían sacado lectores a La Nueva Provincia, el diario pro militar de la familia Massot, pero ahora le parecía que todose derrumbaba. Se sacó los zapatos a la entrada del departamento para no despertar a Elsa, su mujer.
Se acostó pero no podía dormirse; a las siete de la mañana, cuando todavía no había amanecido, seguía moviendo la perilla de la radio entre Nacional y LV2. En la radio oficialista había música y noticias con contagotas, todas a confirmar; en la de los Massot, en cambio, parecía que llegaba la liberación de París. Lo sobresaltó la campanilla del teléfono:- "Señor, desde Buenos Aires le van a hablar".- "Ruso, ¿me oís?- Sí, Ricardo, ¿qué carajo pasa?- Estoy acá, frente a la Plaza de Mayo. Ya está, Ruso".
Su amigo Ricardo Cornaglia, asesor de la Dirección Nacional de Justicia, se había cruzado hasta una oficina del Banco Nación para detener un buen panorama de la chirinada, y ahora le costaba su bronca cuando los coroneles Prémoli y Perlinger, subían por la explanada de la Rosada a desalojarlo a Illia.- "Ruso, a las once van a dar un comunicado. Ahora están reunidos en el Comando en Jefe del Ejército, después se cruzan a Rosada. Están Alzogaray,López Aufranc, todos esos hijos de puta"…
Mientras lo oía, Sergio pensaba que ni siquiera había un final con drama: era una caída sin el menor estrépito.- "¿El Viejo está bien?" - "Sí, salió con Zavala Ortiz y se fue en un auto para la casa del hermano, en Martínez. Ahora empieza otra, Ruso".
El Ruso ya era abogado, periodista y ahora se sumaba a los desplazados del gobierno. Trato de consolarse pensando que siempre había sido poco así.-…"En el tren que va a Madrid, / se engancharon dos vagones, / uno para los fusiles y otro para los cojones"…-canturreaba poco después, frente al espejo del baño, mientras se afeitaba, como cada vez que las cosas se ponían feas. Elsa le acercó un café bien cargado y Sergio decidió que era mejor irse al diario.
En el camino, pensó que el golpe era el desenlace de lo que ya percibía unos meses antes: por un lado una sociedad que miraba con bastante indiferencia la alianza entre grandes empresas, curas y sindicalistas que depositaban su esperanza en algún General de la Nación; por el otro, una conducción radical que no se jugaba por defender su propio gobierno. La semana anterior, el diario El Día había publicado un plan de la SIDE con todos los detalles de las acciones emprendidas para voltear a Illia y nadie había reaccionado.
Al mediodía habló con su hermano Diego y se enteró de que en La Plata el golpe había sido casi un trámite. A las siete y media el general Federico von Stecher le dijo en tono muy prusiano al gobernador radical Anselmo Marini que su hora había llegado. Marini, antes de cruzar la plaza a pie hasta la Legislatura, cantó el Himno con sus amigos y colaboradores.
Al rato pasaron por el diario el Gordo Mugica y Juan Cabirón, también radicales. Karakachoff y Mugica vivían en el mismo edificio. El Ruso tenía tanta cara de desconcierto como el Gordo, pero bastante mejor humor: - "Perdimos por puntos, Gordo. No es tanto, ya se nos va a ocurrir algo".
Después de consultar con sus amigos y de escuchar la opinión de los dueños de El Sureño, Sergio se sentó frente a la Olivetti, y escribió el editorial para el otro día. Trató de que la prudencia primara sobre la bronca. " …la sensación a la que nos referíamos es la de una general expectación. Se percibe la urgente necesidad de encontrar de una vez el camino de la comprensión y de la armónica convivencia en un plano de razonable y concreto equilibrio, de respeto a todos los derechos, de vigencia cabal de la justicia y de imperio pleno de las libertades. En una palabra garantizar y lograr la seguridad, la paz y el bienestar material y espiritual de todos los habitantes, que es la suprema aspiración de una comunidad organizada. Sin esas condiciones y sin esas vivencias efectivas, el futuro no se nos mostrará a nosotros y a las nuevas generaciones con los rasgos deseables. Quienes, por propio designio e impulso de sus sentimientos y preocupaciones expuestos en documentos públicos que invocan el patriotismo y el porvenir de la Nación, han asumido la grave responsabilidad de interrumpir una legalidad muy esforzadamente conseguida, tiene frente a sí un país expectante. Mensajes y proclamas de este movimiento revolucionario han expuesto en términos generales objetos de nuestra vida nacional, con especial acento en lo económico y lo social. Los actos concretos encaminados a esos resultados, que comportan aspiraciones por todos compartidas, dirán sobre la forma en que quedara salvada aquella responsabilidad. Su satisfacción, dentro de un clima de libertad, es asimismo fundamental para que la Argentina deje de vivir en tan permanente angustia, en tanta incertidumbre, en tantas frustraciones y en tan renovada como riesgosa inestabilidad institucional”.
Para ser el editorial de una víctima del golpe, era bastante moderado. Quince años antes, cuando Ricardo Balbín era un preso del Gobierno Peronista, el Ruso voceaba el periódico radical Adelante, con voz de canillita: ¡Desde la cárcel de Olmos, escribe Ricardo Balbín…! Ahora, de Balbín lo separaba un abismo y él era un periodista a punto de quedarse sin diario, a ochocientos kilómetros de su lugar.
Fuente: Extracto de La Voluntad - de Anguita y Caparrós
Somos la vida, somos la paz,
somos el juicio a la junta militar.
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